Una vez un profesor nos recomendó que viajáramos y que viéramos muchas películas pues esto nos da una visión sobre el mundo y sobre diferentes fenómenos sociales. Más tarde me di cuenta de que ese profesor no merecía una especial atención por mi parte pero sí se me quedó grabado lo de viajar y ver pelis, supongo que es porque pensé que son cosas divertidas con las que uno aprende bastante. Pero más allá de la diversión, estas experiencias sirven como vivencias en mundos paralelos que hacen que tu visión de las cosas se haga un poco más objetiva y te obligue a elevarte sobre tu entorno habitual para comprender mejor todo lo que ocurre a nuestro alrededor.
Si con las películas uno experimenta esa sensación, es con los viajes donde el aprendizaje se multiplica exponencialmente y te obliga a replantearte tu propio punto de vista. Se tiene que viajar con una predisposición a lo nuevo, a lo chocante y muchas veces a lo que no nos gusta, lo que en un principio rechazamos, que en el fondo no es más que miedo a lo desconocido. Hacerle frente a ese miedo hace que nuestra experiencia en cualquier sitio sea una de las mejores cosas que nos puedan pasar.
El viaje como experiencia de aprendizaje por un lado te da la oportunidad de conocer cosas que nunca antes habías conocido, amplia tu horizonte de sentido y de lenguaje, es decir, amplia tu mundo de significados y símbolos de la realidad. Aunque sea un viaje corto, a un pueblo cerca de tu ciudad, muchas veces te asombras viendo cosas que jamás te habrías imaginado que existieran. No me refiero únicamente a objetos sino a significados escondidos en prácticas habituales, en palabras, en gestos o en costumbres.
Por otro lado, se da un fenómeno irremediable (por lo menos en mi persona) que nos lleva a la comparación constante del entorno nuevo y desconocido en el que estamos con nuestro entorno habitual, nuestro espacio de vida cotidiana. Es en ese momento donde las impresiones y percepciones de todo lo que nos rodea se toman forma. Hay que librarse en estos momentos de todo prejuicio y preconcepto que nos hayan vendido erróneamente y solo cuando vayamos vacíos de pensamientos, se aprehenderá mucho más fácilmente las vivencias que experimentemos.
Cuando obtenemos estas nuevas percepciones y una realidad paralela a la nuestra con un entendimiento diferente de la realidad, unos símbolos diferentes y un ethos que trastoca nuestros esquemas y lo comparamos con nuestro orden universal, nos damos cuenta y valoramos más tanto la nueva cultura como la nuestra. Es en las pequeñas cosas donde más se hacen notar las diferencias: la forma de comer, de sentarse, las vestimentas o la forma de mirar y saludar no son meros gestos convencionales sino que irradian significados profundos de una cultura que se ha conformado de una determinada forma durante su historia y que ha llegado a un punto diferente que la tuya. Se amplía tu horizonte de significados al ver que las cosas pueden ser de forma diferente a como tú siempre las has visto.
Pero en el fondo, después de muchas experiencias y reflexiones, la conclusión a la que termino llegando siempre es que en el fondo son personas; las que en un principio percibías como tan diferentes a ti, terminan mostrándose como seres con los mismos objetivos en la vida, las mismas preocupaciones y los mismos deseos. El resto es artificial, creación humana, y es ahí donde empieza todo lo demás.